31 agosto 2009

Remembranzas de un loquillo tour...




Plop! Se renuevan las transmisiones en este intento bitácoro, luego de un veranito de San Juan que no sé si volveré a repetir en la vida, realmente espero que sí! Y bueno chiquillos y chiquillas, para que les voy a venir con cuentos, por mucho que la globalización se supone que conecta a todos y que los medios están a la mano, etc., al final la voluntad humana pesa mucho más y mientras estaba de guata al sol, confieso que no quería ni asomar la nariz en un ciber, lo mínimo para decir que estaba vivita y coleando.

Así que mis cuentos por el Sudeste Asiático se quedaron volando en mi cabecilla loca, para luego de horas y horas de viaje, esperas en el aeropuerto, resfrío de aire acondicionado y tiempo de volver a enchufarse a la vida granjera, llegaran acá en bruto y quizá con menos hiperventilación de cuando se generaron.

Ya no recuerdo en qué quedamos... Creo que en el norte y mi encuentro cercano con el elefante. Aquí debo insertar una tragedia que me quitará la poca credibilidad que tengo: Ya varios me preguntan que onda las fotos y no, no me hago la misteriosa, la verdad es que las fotos no existen, se perdieron de la faz de la tierra y no tengo ninguna prueba de que de veras me subí al famoso bicho. No diré más, porque aún es un tema sensible y lo único que me queda, es inventarme ese paseo de la mano de photoshop, así que desde acá hago un llamado a que alguien me haga una fotito falsa para mentirle a mis futuros hijos.

Y yo, qué hago aquí?

El relajo de Chiang Mai fue pleno. Fue un agrado caminar por sus coloridas callecillas, perderse en el mercado de fin de semana y parar la nariz en los múltiples olores salientes de cacerolas hirviendo. La diversidad es abrumante, hay una mezcla de estímulos visuales, aromáticos y gustativos que no sabes por donde empezar a seguirlos. Para los compradores compulsivos, debo recomendar esta zona de Tailandia, pues todo desde la comida, artesanía, ropa, entre otros menesteres es más barato. Nos daríamos cuenta de esto sobretodo en el sur, donde encuentras a veces hasta el doble los precios del norte.

Los templos también son muy bellos, están por toda la ciudad y quizás son menos parafernálicos que los de Bangkok, pero no por eso menos impresionantes. En medio de la Universidad Budista, encontramos el pagoda más grande de Tailandia, el cual durante mientras pasaban choromil dinastías, intentaban agrandar aún más, como si no fuera suficiente para buda tanto esfuerzo humano. En general todos los templos se destacan por el detalle en la decoración, estos tailandeses no escatiman gastos ni ganas en hacer que la casa de Buda sea la mejor de todas.

Antes de irnos decidimos hacernos un masaje Thai, el cual también recomiendo hacer en Chiang Mai porque sale mucho menos y la buena atención es garantizada. Nos atendieron tres señoras de lo más secas, las cuales nos amasaron durante una hora y salimos realmente levitando del local. Con dedicación machacaron desde la punta de los dedos del pie hasta la cabeza, con una técnica ágil, casi indolora y sobre todo demasiado relajante (porque igual con todos los nudos que una tiene en el cuello es imposible que no te duela nada) Eso sí, si son cosquillosos como yo, aguantense la risa no más, porque te toquetean enterita! Y cuidado con relajarse demasiado, por respeto a la señora amasadora, la cual hasta te lava los pies a la entrada del masaje.


Bangkok de entrada fue locura, llegamos a las 5 de la mañana luego de un agotador viaje en bus y partimos a Khao San Road, la cuadra más loquita y turística de la capital tailandesa. El cuadro no fue muy amigable: en medio del húmedo sopor de la madrugada ingleses copeteados viniendo de vuelta del carrete, putas tailandesas (bellísimas) buscando nuevos clientes y de paso una rata gigante que nos saludó entre los montes de basura armados en el desenfreno de la noche anterior. En ese minuto lo único que una quiere es una ducha y donde caerse muerta por un rato. Conseguimos un hostal con un ventilador chatarriento, morimos un rato y de ahí a conocer lo que más se pudiera para volver a salir de la agotadora ciudad donde habíamos aterrizado.

Si ya en Chiang Mai nos volvimos loquitas con tanto templo, en Bangkok la challa es el triple. Si son fanáticos del arte religioso o quieren llevar su espiritualidad posmoderna al máximo, los templos de aquí son su lugar perfecto. No pueden perderse el Wat Pho, la Golden Mountain, el Grand Palace con el Buda de Esmeralda y el Wat Arun, al cual por falta de tiempo y saturación budista, no pudimos ir.

Bangkok es una ciudad enorme, cuyo movimiento no para y los turistas llegan todo el año en busca de la diversión y atracciones que la ciudad puede otorgar. De todas formas, para mí suficiente los pocos días que pasamos ahí, pues entre el calor agobiante que nos dio el tono brilloso fascinante en casi todas las fotos y la cantidad de turistas que chocábamos en cada rincón, necesité escapar en busca de nuevas cosas que ver. No sabía que la locura tomaría nuevas formas y me seguiría hasta Hanoi.

Good Morning Vietnam!

El zarpazo húmedo de bienvenida se repitió con creces al salir del aeropuerto de Hanoi. El día comenzaba para todos, nosotras, las turistas y ellos, la masa motociclista vietnamita. Podría decirse que gran parte de la vida diaria de estos habitantes se hace arriba de una moto. Niños pequeños, ancianos, comerciantes, oficinistas, etc., de todo se ve arriba de una moto. Lo que más me llamó la atención, fue una vendedora de peces dorados, quien llevaba en un atado de frágiles bolsitas con agua a los intranquilos bichos como si se tratara de cualquier cosa. El peatón casi no existe o al menos, es el que está en menos consideración en la vida urbana de Vietnam. Entre los pequeños pasajes de nombres impronunciables, nos armamos de valor y ganas con nuestras pesadas mochilas, dispuestas a mezclarnos con la fauna ny salir a descubrir esta caótica ciudad.

Cruzar la calle se volvió una hazaña desde el primer minuto. Viajeros que anteriormente habían ido, nos advirtieron de la dificultad, pero aún así no estábamos preparadas para hacerlas de kamikazes. Supuestamente, una debe hacerlo con calma y de manera segura, pues las motos te esquivan sin problema. El asunto es que decirlo es más fácil, pues la cantidad de motos es monstruosa y a eso le sumas los autos e incluso las bicicletas se convierten en armas letales. Tras unos días de práctica, me fue mucho más fácil y entre la desesperación de querer ver algo más que la esquina de una calle, ya me tiraba a la vida, no mirando atrás y esperando que el espíritu vietnamita se impregnara en mí en el instante decisivo. A veces, por supuesto, nos apegábamos a algún local peatón e incluso, a una señora le dimos pena y le faltó tomarnos de las manos y cruzar cual parvularia con nosotras.

Superado a medias el asunto de cruzar las calles, caminar se volvió el mejor tour para esta ciudad, con edificios angostos y largos en altura, mezcla del estilo local y la influencia colonialista francesa. Tiene su no se qué Hanoi, entre su locura innata, el desorden callejero, la gente tomandose las veredas para comer, hacer vida social (sobre todo vida nocturna) y que aún mantiene su autenticidad a mí parecer, pues el turismo no aflora en su esplendor como lo tiene Tailandia. A veces íbamos caminando, y éramos las únicas extranjeras en el lugar, lo cual de todas formas fue un agrado entre tanto turista pelmazo.

Entre los lugares que les recomiendo está el Templo de la Literatura, construído por uno de los reyes en el 1400 si no me equivoco, con el fin de educar chiquillos, incluído los futuros soberanos. Esto daría pie para que luego naciera una universidad de Vietnam. El museo de la guerra también es un imperdible, es chistoso observar que no hay ningún atisbo por ser neutro en el lenguaje de la información que te entregan, a los "curadores" sólo les faltó poner cerdos americanos, lo cual debí haber sugerido en el libro de visitas. Los vietnamitas tienen en muestra cada tanque, helicóptero, pedazo de avión que requisaron de los gringos, con el detalle preciso de cuándo, dónde y quién realizó cada hazaña. Bien instructivamente vietnamita.

La cosa más freak nos pasó en el mausoleo del Ho Chi Min, mentor y líder de la revolución en Vietnam. El señor es venerado al máximo, encuentras de todo de él, libros, postales y su cara en los Dongs Vietnamitas, la moneda oficial. En el mausoleo no podíamos tomar fotos, debíamos entrar bien tapadas y en silencio, haciendo una fila india mortuoria a través de unos pasillos con alfombra roja. Luego, la temperatura baja y entramos a una oscura cápsula fúnebre donde en el medio, resguardado por guardias que ni pestañeaban e iluminado con una tenue luz, descansaba la estatua de cera (suponemos) del líder vietnamita. Fue imposible no pensar que se trataba del Ho Chi Min de a de veras y querer salir corriendo de la extraña recreación que nos habían plantado.

La comida en Vietnam no es tan cara y depende del lugar donde vayas para opinar si te gusta o no. Ahí probé cosas bien ricas, la típica comida oriental con noodles sabrosos, arroz y salsas ricas. Pero también nos pillamos con cosas asquerosas, como el helado más insípido que he probado en la historia de los helados, un pastel que por fuera parecía un inocente pan de huevo, el cual luego comprobamos que el concepto fue llevado al extremo de tener la yema del huevo completita en el interior: realmente guacala! También encontramos marraquetas vietnamitas, ricas, pero que en nada se comparan a la nuestra, que es más sabrosa, crujiente y no se desarma en migas como la de los vietnamitas. Igual en nuestros momentos de hambre occidental, cuando una ya no quiere más curry en la vida, el pancito con mantequilla nos vino de pelos.

Tras pasar tres días recorriendo a full, nos largamos a un minutito de confianza en Halong Bay, a unas tres horas de Hanoi, donde tomamos el botecto pirata que nos llevó a recorrer alrededor de las casi 2 mil islas que rodean la bahía. Sólo vimos una por dentro, llamada originalmente la Amazing Cave, con unas roquitas que ni les explico, realmente alucinante y en cada una, la guía nos hacía ver a buda y a algún animal sagrado, e incluso, a una fálica piedra que según ella era un dedo parado y cuando nos preguntó que creíamos que era, todos nos quedamos callados sin saber cómo decirle que parecía un pico.

En la noche nos desordenamos con un trío de españoles, unas japonesas y hasta un cabro chico gringo, con quienes bailoteamos y hasta karaoke sacó la tripulación para entretener a la concurrencia. Al otro día kayak (no me pregunten cómo lo hice, sólo diré que choqué un par de veces con unos barcos, pero algo salvé) y de vuelta a Hanoi a tomar el avión para nuestra última semana en Tailandia.

Tsunami de relax

Después de tanto webeo peatonal y frenesí vietnamita, llegaba nuestra parte final del viaje, maquiávelicamente planeada en el sur de Tailandia, donde todo es relajo y evasión. En Kho Phi Phi, básicamente el tiempo no existe. La vida diaria se rige por otras cosas, cuando aparece el sol, ir a caminar a la playa, la hora de pasar la sed con un jugo tropical o las ganas de ir a ver el mar color turquesa. No puede ser de otra forma cuando vives rodeado de un oceano cristalino, montañas inmensas llenas de verde, clima amable y una comunidad que como tú, sigue los días con una filosofía digna de Bob Marley.

Es ahí cuando una se explica en parte, cómo luego de haber sufrido una catástrofe natural como un Tsunami, estos hombres y mujeres se hayan levantado tan rápido para volver a la normalidad de su pequeño paraíso tropical. De hecho, hasta hoy, los tailandeses de la zona siguen mejorando la isla con un afán tremendo, lo cual sigue atrayendo a los turistas que mantienen la economía local en casi un 100%.

Ante esto gente, hay que tener paciencia. Pues la mayoría de la afluencia turista es gringa (australiana, inglesa, estadounidense) y la vida nocturna sobre todo, está hecha a la medida de ellos. Nos costó encontrar lugares donde carretear piola sin encontrar hooligans, pero los hay. Mucho bar al lado de la playa, cócteles ricos y buckets, unos baldes con ron tailandés, coca y red bull, que si bien no eran muy buenos, salvaban bastante la noche tailandesa.

Lo mejor es la gente local, nunca había visto weones tan pajeros y buena onda como ellos. A veces entrabas a una tienda y cuando querías preguntar algo, te dabas cuenta que el dependiente estaba raja durmiendo en un rincón o simplemente tirado en el suelo. En ellos, el panorama se completa, pues son muy amables y encantadores en general.

Ustedes ya vieron las fotos, así que no sé describirles de mejor forma lo hermoso del lugar. Tienen que ir a verlo con sus ojos cabros y cabras, pues la cantidad de belleza, colores y naturaleza no se la despegan de la retina. Recomiendo esta isla por unos días, pero si pueden hacer un recorrido de más islas, háganlo sin dudar, pues cada una tiene su encanto. Nosotras andábamos cortas de tiempo, así que sólo fuimos a ésta, suficiente para darnos el gustito final del Tour Loquillo.

Sé que me faltaron un montón de detalles, pero me gustaría dejar cosas inconclusas que les contaré a cada uno, con una chelita en la mano, a mi regreso.

Ahora sigo la aventura australiana, en Gatton por ahora, pero se viene una nueva ruta apenas el dinero vuelva a mis bolsillos, el cual se redujo un poco por el paseo sudaca en Asia. En todo caso, lo comido, olido, comprado y zapateado, no me lo quita nadie guachit@s.

Ahí se ven hasta una próxima!!!!


1 comentario:

  1. ayyy! me dan unas ganas de ir. Boris se complica entero porque yo ya me hice ilusiones y según él eso es cacastrófico. jajaja

    Me parece un pan excelente el photoshopeo del elefante, carlos te puede ayudar en eso jajajaja ya ha hecho similares ¿no? porque a veces es verdad que cuando uno es hijo sin foto no compra mucho... por ejemplo, mi viejo insiste en que el fumaba en sus años universitarios...pero como es un nazi del asunto ahora y no hay fotos que prueben su versión, a mis ojos y de mis hermanos, mi viejo es mitómano.

    Abrazos!

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